jueves, 7 de noviembre de 2019

Intruso - Una historia de terror de Ignacio Salinas


1.
Al principio solo eran ruidos, sonidos extraños que me despertaban a la mitad de la madrugada. Después algunas cosas que se movían misteriosamente durante las noches y que aparecían en otro lugar pero poco a poco todo fue empeorando. Nuestra casa, la casa de mis padres, lo que se suponía debería ser un lugar seguro y en donde había vivido mis 9 años de vida se convirtió en una pesadilla de la que hasta ahora es imposible despertar. Y todo fue mi culpa … Eso es lo peor de todo.
No era una construcción muy grande, estaba en una zona despoblada en donde antiguamente hubieron granjas y ranchos pequeños, también habían algunos sembradíos de maíz y varios pastizales para alimentar ganado, apenas estaban empezando a fraccionar. Eran superficies muy grandes, terrenos inmensos y solitarios llenos de árboles de eucalipto muy altos que parecían guardianes que estaban siempre mirándonos desde las alturas; había pocas casas y estas se perdían en medio de aquel ejército de gigantes, los mismos que cuando era otoño, soltaban montones de hojas muertas cada vez que soplaba el viento, estábamos completamente aislados. Por las noches nuestra morada parecía desaparecer en medio de aquel vacío, en medio de aquella desolación.
La casa era de un piso y estaba distribuida horizontalmente. Tenía la entrada principal en la cocina, luego a la derecha había un corredor largo con dos cuartos de un lado y la entrada a la sala del otro, este era el lugar favorito de mi madre: Yolanda, a ella le gustaba sentarse en su mecedora y mirarse en el enorme espejo que había mandado colocar en una de las paredes. Al fondo estaban mi recamara y el baño. En mi cuarto había una ventana de piso a techo con una vista privilegiada: primero estaban todas las flores de mi mamá, un tesoro personal que ella cuidaba con mucho amor y devoción y más al fondo muchos árboles y pequeños montes que en mi mente infantil se transformaban de un lindo paisaje a un horizonte infinito.
Para llegar a la casa desde la calle tenías que atravesar la mitad del terreno por un camino de tierra de unos 500 metros, todo rodeado de árboles y en la parte trasera, bien al fondo había una zona pantanosa de donde salían sapos y culebras en los tiempos de lluvia. Ese era mi lugar favorito para jugar, el estar ahí daba una sensación de libertad y aventura. En general era una zona tranquila, por lo menos hasta aquella noche que comenzó todo.
Yo estaba durmiendo, eran las 2:26 de la mañana cuando algo me despertó, abrí los ojos aún medio dormido y miré a mi alrededor, el cuarto estaba más oscuro que de costumbre, se sentía también un pesado silencio que me hizo sentir escalofríos.
De pronto escuché ruidos, pasos lentos, al parecer alguien estaba caminando en círculos en la azotea justo arriba de mi recámara, luego se detuvieron en seco, la habitación quedó en silencio por unos segundos y después escuché el sonido de una canica grande y pesada rebotando en el techo: primero rápido y después se fue espaciando, perdiendo fuerza poco a poco:
Tic tic tic tic tic, ti, tic, tic ….
Estaba acostumbrado a ver formas extrañas entre las sombras de los árboles y más de una vez me llevé un buen susto cuando intentaba descubrir figuras perdidas en la oscuridad, pero en esta ocasión, una sensación en mi estómago me decía que algo no estaba bien, el ruido continuó así que me acerqué a la ventana y abrí un poco la cortina, todo parecía en calma hasta que de la nada apareció un niño como de mi estatura que saltó desde la azotea y salió corriendo hacia la parte posterior del jardín. Con sorpresa lo seguí con la mirada hasta que se perdió rápidamente entre los árboles, corrió rumbo al pantano y cuando estaba a una distancia considerable se detuvo, giró y me miró, me quedé helado … cerré las cortinas asustado y volví a la cama en donde me tapé con las cobijas dejando solo descubierto un hueco pequeño desde donde podía ver la silueta del intruso caminando despacio hacia mi ventana. Me di cuenta de que había dejado una parte de la cortina abierta en el lado izquierdo pero era demasiado tarde para levantarme y cerrarla, él ya estaba ahí.
Comencé a temblar, la temperatura en el cuarto descendió, estaba helando, mis dientes comenzaron a castañetear sin control, el choque de mi dentadura generaba un cómico sonido que se escuchaba en todo el cuarto.
Dejó de moverse como si me hubiera escuchado, luego se deslizó despacio hacia el lado izquierdo, se movía lentamente, como si estuviera flotando.
Cerré los ojos unos segundos aguantándome las ganas de gritar y cuando los abrí de nuevo vi dos ojos vacíos mirándome fijamente desde afuera husmeando insolentes por entre el hueco de la cortina, las pupilas parecían apagadas, frías, sin color pero reflejaban una malicia que me hizo sentir completamente vulnerable.
Después silencio, pensé que se había marchado cuando se abrió la puerta del cuarto, se estaba acercando a la cama, se me secó la garganta, no podía gritar, estaba cada vez más cerca, sentí su respiración, entonces escuché la voz de mi madre:
– ¿Qué estás haciendo despierto a esta hora?- yo continué escondido debajo de la cobija, estaba muy asustado, no podía hablar.
-Afuera …. afuera ¡hay alguien afuera! – balbuceé.
Ella estaba de pie mirando por la ventana dándome la espalda.
– ¡Cállate! – Dijo en voz baja.
Miré hacia afuera, no había nadie.
-Había alguien ahí, yo lo ví – le dije- ¡Había alguien en la ventana!
Caminó sin miedo hasta la cortina y la abrió de par en par, no había nadie.
-No hay nadie- dijo -vamos a dormir- después salió del cuarto.
No lo hice, me quedé despierto vigilando la ventana, aterrorizado y con la angustia de que el intruso pudiera volver y con la incertidumbre de si lo que había pasado había sido un sueño o una espantosa realidad.
2.
Al otro día no pude estar tranquilo, la duda me estaba matando. Desperté muy tarde y me encerré en mi cuarto a esperar a que cayera la noche.
Esa vez fue peor, comenzó a la misma hora: 2:26 AM, primero despacio y luego fue en aumento, el ruido era más fuerte y más violento, arriba, el intruso corría de un lado al otro, descontrolado, luego se detuvo y después volvió a correr, tras unos segundos de silencio, escuché la canica rebotando de nuevo.
Tic tic tic tic tic, tic, tic, tic ….
Me armé de valor, tenía que descubrir lo que estaba sucediendo, caminé hasta la ventana y abrí un poco la cortina, estaba muy oscuro, los árboles se movían al ritmo del viento en una cadencia pavorosa como si estuvieran muriendo de miedo, igual que yo. Como si presintieran que algo horrible estaba por suceder, al igual que yo.
Abrí la ventana, saqué un poco la cabeza y el ruido cesó. Me incliné para ver mejor cuando se escucharon dos pasos más y luego otros dos, luego uno más, después se movió rápido y luego saltó hacia el jardín, escuché con claridad cuando se impactó contra el piso y vi de nuevo aquella extraña y pequeña silueta correr para esconderse entre los árboles.
Traté de ubicarlo, busqué por todos lados pero estaba demasiado oscuro, era muy fácil ocultarse entre las sombras, tuve un mal presentimiento y comencé a caminar hacia atrás para sentarme en mi cama, cuidando cada detalle de lo que sucedía allá afuera.
Suspiré profundo y me senté en la cama cuando sentí una presencia mirándome desde la puerta: era mi padre, estaba de pie mirándome fijamente, sus ojos parecían extraviados, caminó hacia mí, se sentó en la cama y comenzó a sollozar, luego se secó las lágrimas, se puso el dedo índice en la boca, me miró con los ojos exageradamente abiertos e hizo un sonido parecido a un zumbido:
-Shhhhhhhhhh – después de eso, salió del cuarto sin voltearme a ver.
La cortina se quedó abierta, volví a la cama y yo me quedé bajo las cobijas buscando resguardo, tenía ese extraño sentimiento de que me estaban mirando desde afuera, esa sensación incomoda cuando percibes una mirada desconocida sin saber de donde proviene. Me volví a poner de pie y caminé hasta la ventana. Ahora sabía lo que tenía que hacer, tenía que acabar con esto.
Nuestras miradas se encontraron en la oscuridad, yo sabía que me estaba mirando y estaba seguro que él sabía que yo lo estaba observando.
3.
– ¡Ven inmediatamente para acá! – Los gritos de mi madre me despertaron al otro día por la mañana.
Estaban en el jardín,salí.
-¿ESTÁS LOCO? – estaba totalmente colérica- ¡MIRA ESTO, ME VOY A VOLVER LOCA!
-Yo no fui, yo no fui, yo no fui- comencé a repetir.
Luego dijo:
-¿Quien fue? ¿Braulio? ¿Quien fue?
Mi padre la miraba en silencio, luego comentó:
-Yolanda … espera … –
Todas sus flores estaban completamente destrozadas, era evidente que no se podía rescatar nada.
-¡Yo no fui!-le dije a mi mamá.
-Ella me miró en silencio, estaba llorando.
¿Quien fue? – Preguntó.
Yo agaché la cabeza, sabía que dijera lo que dijera no me iban a creer.
Miré a mi padre:
– ¿Papá?- Dije con la esperanza de que me rescatara, él había estado en mi cuarto la noche anterior, pero él solo me miró.
Comenzaron a discutir entre ellos y a culparse mutuamente.
– Lo vi caminando ayer en el pantano, estaba en el pantano, lo vi Yolanda, yo lo vi – insistió mi padre.
– ¿Qué? – Le replicó ella – ¿Estás loco?
– Puede ser, no estoy seguro – contestó- después se metió a la casa.
Me quedé sentado en silencio mirando a mi madre mientras intentaba arreglar un poco sus flores. Ella no me dirigió la palabra ni una sola vez.
4.
Cuando dieron las 2:20 de la mañana tenía todo preparado para enfrentar y desenmascarar al intruso: Una linterna, cuerdas y un bate de beisbol eran mi poderoso arsenal. Los ruidos comenzaron puntuales, escuché como entró por la puerta de la cocina, salí al pasillo y caminé hasta el cuarto de mis papás, estaban dormidos, el intruso salió de la cocina y se metió a la sala.
Caminé intentando no hacer ruido hasta la sala. Avancé despacio con el bate de beisbol en las manos. No había nadie, no encontré nada, revisé detrás de los sillones, debajo de la mesa, nada, entonces lo vi por el espejo: en el techo de la sala, sostenido con las manos y los pies como si fuera una araña estaba el intruso mirándome desde arriba y nuestros ojos volvieron a encontrarse, entonces sonrió, sus dientes estaban maltratados, viejos, desgastados, se movió rápido hacia la pared como un insecto infernal y descendió velozmente hasta el piso, fue tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar, luego embistió hacia mi sin dejar de sonreír.
Intenté salir corriendo pero tropecé con una silla, caí estrepitosamente al suelo, el bate se me escapó de las manos y rodó hacia el otro extremo de la sala, intenté recuperarlo pero volví a caer y quedé boca arriba mirando el techo, de nuevo se esfumó, había desaparecido dejando abierta la puerta que daba al jardín, el maldito había escapado por ahí.
Tomé el bate y salí corriendo detrás de él, corrí sin dirección hasta que sentí los pies mojados, había llegado hasta el pantano, me detuve, estaba muy agitado, no se veía bien, estaba oscuro y decidí volver. Con los pies empapados, llenos de lodo y sacando las últimas fuerzas que tenía, corrí a toda velocidad rumbo a la casa, cuando estaba a unos 200 metros las luces se encendieron y mi padre salió corriendo al jardín mi madre iba detrás de él.
-¡Calma! ¡Calma!- Repetía mi mamá.
-¡BRAULIO! ¡HIJO! ¿EN DÓNDE ESTÁS? – Gritó mi padre.
-¡HIJO! – Ambos sonaban muy angustiados.
Algo no estaba bien, me detuve y los seguí mirando, entonces sus voces sonaron aliviadas:
-Ahí viene – dijo mi padre -¡Yolanda ahí viene!
Aún no puedo creer lo que vi:
-No puede ser- dije en voz baja.
Sentí las manos entumecidas, frías, inmóviles, ¿Qué estaba pasando? Luego escuché la voz de mi padre:
-Hijo, no te preocupes, todo está bien, ¡estás de regreso!, ven vamos a salir de esto – dijo
-¿Qué demonios? ¿Qué sucede? – balbucee para mi mismo.
Ahí estaban los dos, Papá y Mamá ¡abrazando al intruso! ¡abrazándolo fuerte como si fuera yo! ¡como si me hubieran encontrado! ¡lo estaban protegiendo!, le hablaban y lo abrazaban, pero, ¡no era yo! ¡no era yo! ¡NO ERA YO! ¡ERA EL INTRUSO!¡ ES EL MALDITO INTRUSO!
¿Cómo es posible?
Corrí hacia la casa a toda velocidad desesperado para advertirles a mis padres que estaban en peligro, pero cuando entré, una sorpresa terrorífica me estaba esperando:
La casa estaba vacía, mis padres habían desaparecido, recorrí todos los rincones, la sala, la cocina, mi cuarto. Nadie, no había nada, la casa estaba abandonada. Las paredes estaban derruidas y el piso viejo y gastado. En la sala solo encontré una enorme mancha de humedad en el sitio donde había estado el espejo de mi madre y en el piso regados había pedazos de vidrio cubiertos de polvo. Tampoco había flores en mi ventana y lo que alguna vez fue pasto verde ahora era una áspera maleza de arbustos espinados. Los árboles se secaron y el pantano se expandió por todo el jardín, cubriéndolo todo de lodo e impureza. ¡Imposible! ¡Imposible!
– ¿Estoy muerto? – Pensé.
Me senté en la azotea con la esperanza de que Graciela, mi madre apareciera por algún lado, tomé la canica que cargaba siempre en el bolsillo y …
Espera … ¿Graciela? ¿he dicho Graciela? Je, je, je, bueno …
Creo que no tiene caso seguir fingiendo o ¿tú que piensas? Sí, tú … tú que estás escuchando mi voz en tu cabeza y que por algo has llegado hasta aquí, déjame preguntarte:
¿De verdad creíste que yo era Braulio? ¿Te engañé no es así? ¿Eso pensaste?
No te preocupes, no eres el primero.
Eso es lo que hago, cambio tu mundo por el mío sin que te des cuenta. Me introduzco en tu vida y me robo tus sueños, tus esperanzas y tus ilusiones, tomo tu lugar en tu familia mientras tú, indefenso lo observas todo sin poder hacer nada, robo tu lugar como un usurpador, como un intruso … ¿ y ahora?¿ya sabes quien soy?
Esta vez se libraron de mi, pasa, pero el siguiente puedes ser tú, ¿te imaginas? no será difícil, ya estoy dentro de tu mente, he dado el primer paso …
Así que ahora cuando escuches algún ruido misterioso en tu casa o en tu cuarto, abre bien los ojos: significa que puedo estar cerca.
FIN

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viernes, 26 de julio de 2019

¿Hay Infierno?


Mi nombre es Rosario, tengo 40 años y Amparo, mi hermana gemela lleva 23 años muerta. Cuando éramos niñas hicimos una promesa: la que muriera primero volvería del más allá para decirle a la otra si existe o no el infierno. Ella nunca apareció … Hasta ahora.
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Desperté aterrorizada con esa misma espantosa sensación de ansiedad me había estado torturando durante años desde que falleció mi hermana . El miedo no me dejaba respirar con normalidad y lo que vi frente a mi por poco me hace perder la conciencia: En el borde de mi cama estaba Amparo de pie mirándome fijamente con los ojos negros y vacíos . Ella solía hacer eso cuando éramos niñas y quería asustarme.
10 años antes:
Mi madre sufrió una fuerte depresión y un sinnúmero de trastornos que eventualmente la orillaron al suicidio cuando teníamos 7 años y fue mi padre el que nos crió, su nombre era Jesús. Papá nunca se recuperó del todo y vivió toda su vida encadenado al doloroso recuerdo de mi madre. Nunca pudo perdonarla. A veces solo con verlo a los ojos me transmitía el profundo dolor que lo atormentaba y que tenía que esconder por la responsabilidad de criarnos a Amparo y a mí.
Con el tiempo se refugió en la bebida, solía pasar noches enteras en solitario bebiendo y maldiciéndola por haberlo abandonado. Fue una de esas ocasiones que se encontraba totalmente ebrio gritando en la madrugada cuando Amparo lo escuchó y salió de la recámara sin hacer ruido para ver lo que estaba aconteciendo. Papá estaba en la cocina totalmente devastado y sin la máscara que solía usar cuando estaba con nosotras para esconder su dolor. Después Amparo me contó que fue como ver otra persona, una persona desconsolada, sin esperanza y sin voluntad de vivir. Estaba llorando y hablando con mamá como si ella estuviera con él, escuchándolo.
– ¿Por qué me hiciste eso Edith? ¿Por qué me abandonaste? – dijo mi padre con la voz entrecortada por el llanto.
Entonces los ojos se le llenaron de ira.
– ¡Espero que te estés pudriendo en el infierno! -gritó con todas sus fuerzas- ¡Maldita seas! ¡Maldita! ¡Mil veces Maldita! ¡Púdrete en el infierno!¡Ahí mereces estar! ¡Ahí mereces quedarte!-
Papá entonces se tiró al piso y siguió llorando. Amparo estaba impactada por la escena y con miedo y sigilo volvió a la recámara intentando no llamar su atención.
Él nunca lo supo pero las palabras que pronunció esa noche cambiaron nuestra niñez y nuestras vidas para siempre.
Amparo regresó y se metió en la cama conmigo, me despertó:
-Rosario – dijo en voz baja – ¿estás despierta?
Me llevó unos segundos darme cuenta de lo que estaba pasando.
-¡Me despertaste! ¿Qué hora es? – contesté
-Casi las 2 de la mañana… Rosario ¿tú sabes a dónde se fue mi mamá?
-¿Qué? ¿por qué me preguntas eso?
-¿Si existe el infierno? – me preguntó en seco.
-¿Qué?
-Mi mamá está en el infierno- dijo convencida- mi papá dijo que está allá.
Me comenzó a dar miedo, el tono de su voz cambió y se volvió más grave y serio.
-¿Y yo cómo voy a saber? – le respondí
Ella saltó de la cama y se paró frente a mí, sus pequeños ojos se oscurecieron cuando me miró con dureza mientras estaba de pie frente a mí, parecía un pequeño adulto.
-¡Prométeme una cosa! – me ordenó.
-¿Qué? –
-¡Prométeme una cosa! – insistió – Si te mueres primero vas a venir a decirme si existe o no el infierno y si yo me muero antes te voy a venir a decir si hay o no hay.
-¿Qué?- dije desconcertada
-¡EL INFIERNO QUIERO SABER SI EXISTE! – gritó
Sentí temor, era la primera vez que veía a Amparo actuando de esa manera, había algo distinto en sus ojos y parecía que se estuvieran apagando, algo similar al destello que queda por milésimas de segundo en un foco cuando apagas la luz.
-Está bien – dije titubeante.
– ¡PROMÉTELO! – me gritó, su voz en ese instante sonó igual a la voz de mi madre cuando peleaba con papá y nosotras la escuchábamos desde la recámara.
Yo estaba verdaderamente asustada.
-Lo prometo- dije casi llorando, ella se calmó, camino sin decir nada hasta su cama, se metió bajo las cobijas y se durmió de inmediato.
La noche siguiente desperté sudando y con mucho calor casi a la media noche, por la ventana se colaba una tenue luz naranja como si afuera estuviera encendida una fogata. Me levanté y caminé hacia la ventana, los destellos venían de la calle de enfrente así que por curiosidad fui para el cuarto de papá y lo encontré de pie y en silencio mirando fijamente por la ventana, el destello naranja iluminaba completamente su habitación.
-¿Papá?¿Qué está pasando? – pregunté mientras me acercaba a la ventana, por fin vi lo que estaba sucediendo:
Un violento fuego estaba consumiendo la casa de enfrente. Las llamas se elevaban muy alto y parecía que querían devorar el cielo. El no me contestó, estaba como hipnotizado mirando el fuego a través del cristal, caminé hacia él y lo tomé de la mano, reaccionó.
-¿Qué pasa?- pregunté de nuevo
– Un incendio- dijo sin mirarme -se está quemando la casa de enfrente.
Había mucha gente ahí afuera corriendo alrededor pero la habitación se encontraba en completo silencio.
El rostro de mi padre se reflejaba en el vidrio y parecía fundirse con las llamas, parecía como si estuviera siendo consumido por el fuego, su cara parecía hacer horribles muecas distorsionadas en un movimiento lento y tenebroso.
De pronto el rostro de Amparo apareció en el cristal, estaba parada detrás de nosotros en la puerta, poco a poco su imagen se dejó de distorsionar hasta que se veía de forma clara y nítida en el reflejo del vidrio. Estaba a punto de girar para hablarle cuando detrás de ella apareció una figura deslucida y siniestra que se le acercaba por la espalda sin que se diera cuenta. Una figura que se deslizaba despacio y que reconocí de inmediato, quise gritar pero no pude hacerlo. Mi padre seguía mirando el incendio con los ojos vidriosos como si yo no estuviera ahí. Entonces vi claramente el horrible espectro que parecía flotar a las espaldas de mi hermana.
Justo detrás de Amparo y con los brazos extendidos como si quisiera abrazarla estaba mi madre. Tenía los ojos negros, vacíos y circundados por unas ásperas y profundas ojeras que le cubrían casi toda la cara. Su rostro reflejaba una angustia aterradora y su piel era color gris acartonado, se veía seca y agrietada como se pone la tierra en el desierto por falta de agua. Del rostro le brotaban perforándole la piel tres largas y puntiagudas espinas negras que parecían las extremidades de un insecto nauseabundo. Me quedé petrificada, mi padre seguía sin reaccionar.
Mi madre me miró directamente a los ojos y me soltó una escalofriante sonrisa que de inmediato trajo a mi memoria una pesadilla recurrente que tenía cuando estaba viva y en la cual ella me perseguía con una daga enorme y afilada y me llamaba para que me acercara con el pretexto de darme un dulce. En el sueño yo me escondía siempre atrás de la cortina y la veía caminando por el cuarto buscándome con la daga oculta a sus espaldas y siempre con esa exagerada y falsa sonrisa. Entonces me encontraba y me tomaba por el cuello y yo despertaba siempre justo antes de que la daga que llevaba en la mano me atravesara la garganta.
Yo seguía mirando todo reflejado en el vidrio, ella posó sus manos sobre los hombros de mi hermana y Amparo sonrió, era la misma sonrisa de mi madre. Finalmente pude gritar.
Desperté en mi cama sudando y respirando con dificultad.
-¡PAPÁ! ¡PAPÁ!- grité varias veces totalmente aterrorizada.
Amparo estaba dormida en su cama y no había ninguna luz entrando por la ventana. Con mucho miedo me volví a recostar para intentar dormir, me recosté de lado y fue cuando vi algo moviéndose alrededor de la cama, sentí como mi sangre enfriándose dentro de mis venas, frente a mí estaban de nuevo los ojos muertos de mi madre que parecía estar en cuclillas, mirándome a los ojos y moviéndose en el piso lentamente de un lado al otro de la cama como si estuviera flotando. Solo podía ver la parte superior de su cabeza, frente y sus atemorizantes ojos. Comenzó a emitir una repetitiva risa que sentí taladraba mis oídos y se repetía una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez a un volumen apenas perceptible pero que adentro de mi cabeza se amplificaba al punto de convertirse en un escándalo infernal ensordecedor.
Con el cuerpo entumecido por el miedo observé cuando comenzó a deslizar su rostro sobre la cama, después abrió la boca de forma grotesca y me mostró su enorme lengua descolorida y comenzó a lamer la piel de mi pierna, el pánico me impedía ya hasta parpadear, podía escuchar mi corazón latiendo con mucha fuerza, después de tocarme su lengua se transformó en una delgada serpiente negra que comenzó a recorrer mis extremidades con una calma desquiciante, sentí como si me estuvieran quemando la piel con un cautín ardiente, no podía moverme, quería gritar con todas mis fuerzas, el terror que sentí en ese momento me estaba lacerando la cordura.
Ella se puso de pie frente a mí y su imagen cambió por completo, tenía un gesto de orgullo, vanidad, soberbia y arrogancia. De su espalda brotaron dos pesadas alas gruesas de color negro que brillaban imponentes en la oscuridad y prácticamente envolvían toda la habitación. Cerré los ojos y comencé a rezar. Las risas continuaban, entonces me vi dentro de aquel sueño en el que mi madre me perseguía, mi sueño recurrente, mi madre me sujetó y me atravesó el cuello con aquella daga puntiaguda.
Desperté.
Esa fue la primera de miles de noches en las que Amparo y yo sufrimos con esas horripilantes apariciones. El lazo que nos unía como gemelas nos hizo presas a las dos del acoso de aquel ente vengativo que todas las noches nos atormentaba, un sueño tras otro y todas las noches hasta que perdimos la noción de cuando estábamos despiertas y cuando dormíamos.
Nuestra casa tomó fama de ser una casa embrujada y muchas personas aseguraban haber visto o escuchado algún fantasma. El estar despiertos ahí también se convirtió en una pesadilla.
Mi padre murió algunos años después y un tío lejano de la familia que era sacerdote lo acompañó en sus últimos momentos y se hizo cargo de nosotras. Lo escuché decir que falleció con un gesto horrible y deforme, sus últimos momentos fueron de horror y pánico, me pregunto si él también estaba siendo perseguido por el fantasma de mi madre como Amparo y yo y ¿tal vez no quiso decirnos nada para no asustarnos?
Cuando murió mi tío nos llevó a un viejo internado religioso en el cual pasamos nuestra adolescencia. Era un edificio antiguo de piedra con unas enormes escaleras que te llevaban de los dormitorios a la puerta principal. Las apariciones se fueron haciendo esporádicas sin embargo eran cada vez más aterradoras.
En el internado una monja de nombre Trinidad que conocía nuestra historia puso mucho de su parte para ayudarnos. Ella decía que era el mismo demonio el que nos acechaba y que lo hacía con la forma mamá para confundirnos y llegar a nuestros corazones.
«El demonio te ataca por el sentimiento, se mete en tu corazón y es así como te enloquece y acaba con tu razón» nos decía.
Yo estaba decidida a entregarle mi vida a Dios, habíamos aprendido a sobrellevar el ver el fantasma de mi madre en todas partes, dormidas y despiertas y llegamos a verla en el mismo momento Amparo y yo.
Amparo era la más afectada y le angustiaba el imaginar a mi madre viviendo en ese tormento. Comenzó a actuar de forma errática y sin sentido. Una noche desperté y ella estaba sentada a los pies de mi cama dándome la espalda, frente a nuestras camas teníamos un pequeño peinador con un espejo que esa mañana se había roto, la miré con preocupación:
-Amparo ¿Qué pasa? – pregunté, lo que me respondió me dejó muda y paralizada por el terror
-Amparo está, durmiendo – reconocí la voz de inmediato, era la voz de mamá, me puse de pie despacio y ella giró la cabeza para mirarme. Era Amparo, parecía agotada, estaba pálida y demacrada.
-Soy un ángel … ¿sabías? – me preguntó
-¿Qué quieres? –
Entonces ella señaló al espejo roto y mis ojos no podían creer lo que estaban mirando:
En uno de los pedazos del espejo estaba mi hermana Amparo pero era una niña, estaba prisionera en el otro lado, en el reflejo mirándome en un llanto de resignación y dolor, luego me habló, su voz sonaba muy lejana:
– Rosario ¡ayudáme! – me dijo llorando – mamá está aquí conmigo.
Yo comencé a gritar y a golpear el espejo:
– ¡AMPARO! ¡AMPARO! –
-Tengo miedo- me dijo- mamá me quiere matar- entonces apareció mamá, caminando detrás de ella con los brazos extendidos como si quisiera abrazarla.
Sentí un líquido tibio mojarme los pies y Amparo y mi madre desaparecieron.
Amparo cayó al piso de mi cuarto con la garganta perforada por un pedazo de espejo que parecía una daga puntiaguda y su sangre me estaba bañando los pies. Luego soltó el pedazo de vidrio y este explotó en pedazos cuando se estrelló en el piso al mismo tiempo que soltaba un último aliento de vida dejando solo sus ojos vidriosos y vacíos mirándome fijamente.
La enterramos dos días después en la misma tumba donde descansaban mis padres, fue cuando comenzaron a cubrir el féretro con tierra cuando recordé la promesa que hicimos cuando éramos niñas.
Desde ese día todas las noches esperaba horrorizada que mi madre o mi hermana aparecieran en mi cuarto pero las apariciones cesaron. Yo pasé mi vida en el internado y nunca volví a ver a mi madre y el recuerdo de mi hermana y mi papá se habían comenzado a borrar por el tiempo hasta esa noche:
La hermana Trinidad llevaba meses enferma y yo me había encargado de cuidarla. Le costaba trabajo hablar pero a veces todavía lo hacía para pedir alguna cosa. Ella me acogió y me enseñó a entregar mi corazón a Dios y me sentía responsable por cuidarla como ella me había cuidado durante todo ese tiempo. Esa noche me pidió que me acercara para decirme algo:
-Hermana Rosario – dijo con voz cansada – ha llegado la hora …
No era la primera vez que hablaba sobre su propia muerte así que no me extrañó que dijera eso.
– Hay alguien en la puerta – me dijo después y en ese momento sonó la pequeña campana que usábamos como timbre. Le mojé los labios con un paño mojado y bajé a abrir la puerta.
No conseguí llegar abajo, al final de la vieja escalera de piedra estaba parada Amparo mirándome fijamente con unos ojos negros y vacíos balanceando la cabeza lentamente. Mi corazón se detuvo por unos segundos, el terror de todo lo que habíamos vivido regresó a mi cabeza y me golpeó como si fuera un martillo.
-¡ROSARIO! – gritó desde abajo, después abrió los ojos de forma exagerada y dijo:
-¡SI HAY INFIERNO! – dijo con una voz cavernosa que retumbó en todos los muros del internado.
Quise salir corriendo pero cuando iba a subir vi a mi madre vistiendo las ropas de la Hermana Trinidad sonriendo con aquella sonrisa espantosa y esperándome de pie para enterrarme la daga en el cuello. No me resistí más. Lo último que vi fue a mi madre cobijandonos a mi hermana y a mi con sus enormes alas negras. Como ella misma lo había dicho unos segundos antes: Había llegado la hora.

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